“NADA QUE ENTRE DE FUERA PUEDE MANCHAR AL HOMBRE”
La
sabiduría de la Biblia nos dice: De lo que hay en el corazón habla la boca,
(buscan los ojos y gusta escuchar a los oídos). De nada nos serviría darle a
Dios un culto con ceremonias externas demasiado lujosas, deslumbrantes,
pensando que así le somos gratos al Señor. Recordemos que no son nuestros
labios, ni las oraciones largas y de palabras bonitas, es decir, lo externo, lo
que nos hace gratos en su presencia, sino la sinceridad de nuestro corazón, que
lleno de amor por Él nos hace ser honrados y obrar con justicia. A partir de
ese amor hacia Dios, amaremos también a nuestro prójimo haciéndole siempre el
bien, jamás desprestigiándolo, ni difamándolo; no siendo usureros con él, ni
dejándonos sobornar en perjuicio de inocentes. Entonces nuestro culto no se
quedará en exterioridades en el templo, sino que, nacido del corazón, se
prolongará en una continua alabanza al nombre de Dios en cualquier ambiente en
que se desarrolle nuestra existencia. Entonces, siendo gratos al Señor, Él, por
nuestra unión con Cristo, podrá llamarnos y tenernos también a nosotros como a
sus hijos amados en quienes Él se complace. Leamos con atención el relato
evangélico:
En aquellos días se
acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo
que algunos de los discípulos comían con
las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los
escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no
siguen las tradiciones de nuestros mayores?” (Los fariseos y los judíos, en
general, no comen sin lavarse las manos hasta el codo, siguiendo la tradición
de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin `primero hacer abluciones,
y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las
jarras y las ollas)
Jesús les contestó:
“¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan
doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan de lado el
mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Después Jesús llamó
a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera
puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque
del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los
robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los
fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la
frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Palabra
del Señor. (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23)
Explicación del texto.
En aquellos días se
acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Es
decir, los hombres encargados de la religión, surge así la polémica entre los
representantes de una religión formal y exterior y Jesús, que pone su énfasis
en las exigencias reales e interiores del Reino de Dios. Si los discípulos no
siguen las tradiciones de los mayores, también el Maestro está fuera de lo que
ellos consideraban tan sagrado: las tradiciones del pueblo. El Señor Jesús, aprovecha la ocasión para dar una enseñanza,
no solo a los judíos, sino también a nosotros que podemos poner nuestra
confianza en nuestros actos de piedad, y tener sin embargo un corazón vacío de
amor, de vida, de paz, de compasión, de Dios. De nada sirve lavar el vaso por
fuera y dejarlo sucio por dentro. Cuando se hacen las cosas para que las vean
los hombres, todo el énfasis está puesto en lo externo, olvidándose que Dios
conoce la intención de nuestro corazón, y podrá decir: “Su corazón está lejos
de mi”, es decir, no me pertenece, porque no lleva mi sello: el amor que brota
de un corazón limpio.
¿Quién podrá ser grato a los ojos
de Dios?
El
hombre que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en sus
palabras y con la lengua a nadie desprestigia. Quien no hace mal al prójimo ni
difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes
temen al Altísimo. Quien presta sin usura (sin intereses que son el medio para
oprimir y explotar a los hermanos) y quien no acepta soborno en prejuicio de
inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente. (Salmo 14) El
daño no está en lo que entra de fuera, sino en lo que sale de nuestro interior.
¿Quién podrá tener un corazón
limpio?
El
que se ha lavado en la Fuente de la misericordia divina y ha recibido el perdón
de sus pecados. Tiene el corazón limpio quien está en íntima comunión con
Jesús, permanece en su amor y guarda sus Mandamientos” (Jn 15, 1-9) Limpiar el
vaso por dentro es la condición para ser gratos a Dios. Para nada sirven las
palabras bonitas, ni las ropas elegantes, como tampoco nos sirven las promesas
y los buenos propósitos, mientras que, nuestro corazón esté deseando la mujer
ajena, esté lleno de odio, avaricia o soberbia. El amor verdadero solo puede
nacer de un corazón limpio, de la fe sincera y de una recta intención (1ª de Tm
1, 5) Si queremos tener una oración fuerte y poderosa recordemos las palabras
de Jesús: “No todo el que me dice Señor,
Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los Cielos” (Mt 7, 21ss) Si queremos que nuestra oración no
esté mal hecha, hemos de tener la disponibilidad para pedir perdón a quienes
hemos ofendido y dar perdón a quien nos ha ofendido, esto como manifestación de
la voluntad de Dios.
Cuando
nos dejamos lavar el corazón por el Señor, con su perdón recibimos también su
amor, y con ese amor amamos a Dios y a los hombres a quienes Dios ama. La
verdadera limpieza consiste en poner en práctica la Palabra de Dios y hacer la voluntad del Señor. Del corazón sale
lo bueno y lo malo. Por malo se entiende todo lo que hace daño al hombre, ya que
impide que el Reino de Dios crezca en él. Por bueno se entiende todo lo ayuda
al hombre a realizarse como hijo de Dios, y por lo tanto, crecen en su interior
los valores del Reino de Dios. Reino de Amor, de Paz y Justicia. Dios quiere el
corazón del hombre, pero el Diablo también lo quiere. ¿A quién se lo entregarás?
Quien se decide por el bien y guarda los Mandamientos, se adhiere al Bien y se
hace hijo de Dios. Quien hace el mal se adhiere al mal, y se hace esclavo del
Mal.
Qué
bueno es poder decir con Jesús: “Mi Padre siempre me escucha, por que yo hago
siempre lo que a Él le agrada.” (Jn 14, 31) Jesús es el hombre libre para amar,
para darse y entregarse por todos los hombres, de acuerdo con la voluntad de
Dios. Con sus palabras y con su vida nos enseña cual debe ser la verdadera
religión: la religión del amor, especialmente, a los menos favorecidos: Ayudar
a las viudas y los huérfanos, es decir, amar a los menos favorecidos, a la
misma vez que guardarse de este mundo corrompido. (Santiago 1, 27) Hacer el
bien y rechazar el mal son las dos actitudes que han de enraizarse en el
corazón del hombre religioso y que deben acompañar nuestros actos de culto.
“Misericordia quiero y no sacrificios”. La misericordia consiste en amar con el
corazón la miseria del otro, genera en nuestro interior la compasión que nos
configura con Jesús.
Conclusión: Palabra de Dios, Actos de culto, Acciones de
caridad para con los más necesitados y el servicio a todos, son los medios que
están siempre a nuestro alcance, para todo progreso espiritual, a la vez son realidades
que están estrechamente relacionadas entre sí; cuando las ponemos en práctica,
tenemos la fuerza de Dios para vencer el mal, realizar el bien y ser gratos en todo
a nuestro Padre del Cielo.
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